La Cólera....-Títulos eventuales-

Yo nací del seno paterno al huir mi madre antes del alumbramiento. Sobre brasas se hospedaron mis primeros pasos para recordarme el dolor que procuran las sendas que se deben recorrer y que fecundan el alma e insuflarme la firmeza y el valor suficientes para arrancar las cinchas con las que someten al mundo el mansedumbre y la sumisión. Sin ataduras, sin bridas, sin silla de montar, ni bozal…así me lanzaron al mundo y así me presento a vosotros.


De nadie acepto precepto y a nadie impongo patrón, y advierto de las consecuencias a aquellos que llevados por la ambición, la tiranía o la ignorancia intenten secuestrar, amordazar y desarmar mi libre propósito. Aplasto el avatar que aceita el infortunio y detesto la humana condición que codicia o ignora el dolor ajeno.


A pesar de todo, me mina el sufrimiento. No puedo vivir sin el hiriente hálito social que todo lo envenena con una insoportable avenencia gregaria que me mata en cada bocanada que aspiro.


Detesto la conversación vacua, el saludo fingido y la intolerancia hipócritamente esfuminada como buena fe.


J. Carlos Pérez Aguilera. Alcázar de San Juan, Marzo 2009


jueves, 17 de septiembre de 2009

MELCHOR RODRIGUEZ "El Ángel Rojo"



MELCHOR RODRIGUEZ, “El ángel rojo”
Sevilla, 1893 – Madrid, 1972.
Exnovillero, oficial chapista, afiliado a la CNT y la FAI, tuvo la más
extraordinaria de las actuaciones que se pueden tener en una
guerra: la de salvar vidas de sus enemigos.
Melchor, hijo de familia humilde y huérfano desde los 10 años (su
padre murió en un accidente laboral en el puerto de Sevilla), tuvo
que emplearse pronto en los talleres de calderería y ebanistería
sevillanos, ocupación que simultaneó con su deseo de triunfar en el
mundo de los toros, donde llegó a novillero. Retirado de los ruedos por una mala cornada, su afiliación a los sindicatos libertarios le hizo ser perseguido y tener que emigrar a Madrid al principio de los años 20 del siglo pasado, donde se empleó como oficial chapista.
Encarcelado una treintena de veces con la dictadura de Primo de Rivera y la II República, la atención a los presos fue una constante de su existencia. Tras el estallido de la guerra civil, pronto pudo dedicarse a aplicar sus ideas de anarquista humanitario, sacando a
centenares de personas de derechas de las checas y refugiándolas en su casa. Ayudado por algunas personalidades y cargos republicanos fue nombrado Delegado especial de prisiones de la II República en noviembre de 1936 por el Ministro anarquista Juan García Oliver. Desde ese puesto detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos.
Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. No solo luchó contra una multitud en la cárcel de Alcalá que pretendía tomarse por su mano la justicia tras un bombardeo de los rebeldes, sino que aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia, hasta el punto que los presos comenzaron a llamarle “El Ángel rojo”, calificativo que él rechazaba. No fue sólo Melchor él único que quiso enfrentarse a esa locura colectiva que es la guerra, pero su labor en esos tiempos difíciles destaca con luz propia, sobre todo porque para ello tuvo que sortear un sinfín de peligros y penalidades y arriesgar varias veces su propia vida en el empeño. La labor de protección a los amenazados y perseguidos, prosiguió tras su cese de Prisiones y su nombramiento como concejal de cementerios del ayuntamiento madrileño.
Desde ese puesto auxilió a las familias de los fallecidos para que pudieran enterrar con dignidad a los muertos y poder visitarlos. Ayudó en lo que pudo a escritores y artistas y autorizó que su amigo Serafín Álvarez Quintero pudiera ser enterrado con una cruz en la primavera de 1938.
Melchor Rodríguez fue de facto el último alcalde de Madrid durante la República y recibió el encargo, el 28 de febrero de 1939 por el Coronel Casado y Julián Besteiro del Consejo Nacional de Defensa, de la entrega del consistorio a las tropas vencedoras y presidió el traspaso de poderes durante dos días –aunque su nombre no quedara reflejado en ningún acta o documento- intentando que en todo momento las cosas trascurrieran pacíficamente.
Finalizada la guerra, la labor de Melchor no solo no fue reconocida, sino que se le sometió a la misma represión que cayó sobre todos los derrotados. Al poco tiempo fue detenido y juzgado en dos ocasiones en consejo de guerra. Absuelto en el primero de ellos y recurrido éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amañado, a 20 años y un día, de los que cumplió 5.
Cuando salió en libertad provisional de la prisión del Puerto de Santa María donde cumplió la condena, Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse a la dictadura instaurada por los vencedores y ocupar un puesto –que le ofrecieron- en la organización sindical franquista o bien vivir en un trabajo cómodo ofrecido por alguna de las miles de personas a las que salvó, opciones que rechazó. Antes al contrario, siguió siendo libertario y militando en CNT, actividad que le costó entrar en la cárcel en dos ocasiones más. Siguió actuando a favor de los presos políticos, utilizando para ello los amigos personales que tenía en el aparato de la dictadura, a pesar de las críticas recibidas por ello de algunos de sus mismos compañeros o desde la izquierda.
Su misma muerte, el 14 de febrero de 1972, fue una muestra de su vida. En el cementerio, ante su féretro se dieron cita cientos de personas entre las que se encontraban personalidades de la dictadura y compañeros anarquistas. Fue el único caso en España en el que una persona fue enterrada con una bandera anarquista durante el régimen del general Franco.
Hoy, más de 35 años después de la muerte de Melchor Rodríguez queremos reivindicar su figura y propagar su ejemplo. La labor de Melchor, a lo largo de toda su vida, dignifica al ser humano y es –como otros muchos hombres y mujeres de izquierda- un ejemplo que merece ser tenido en cuenta en este tiempo de intolerancias y sectarismos. Como él afirmó repetidas veces, “se puede morir por las ideas, nunca matar”.

Cecilio Gordillo Giraldo, Coord. “RMHSA” de CGT.A

miércoles, 16 de septiembre de 2009


I. La mente humana es libre por naturaleza, siendo criminal cualquier intento de influir en ella por intimidación o engaño.

II. Libertad y responsabilidad son indisociables: Quien trate de disociar una y otra cosa miente interesadamente: a) para hacer que otro asuma sin libertad una responsabilidad; b) para presentar la libertad de otro como irresponsabilidad.

III. La virtud cívica consiste en desconfiar de todo poder coactivo, contribuyendo así a que ésta se ciña a lo imprescindible; el vicio gregario consiste en adherirse sumisamente a él, contribuyendo a que crezca más allá de lo imprescindible.

IV. La libertad de acción sólo puede limitarse como consecuencia de actos que lesionen concretamente a otros, y la coacción no puede emplearse para defender a nadie de sí mismo. Las corporaciones que desempeñan este tipo de defensa son bandas criminales, porten el disfraz que porten.

V. La tiranía contemporánea posee formas recurrentes, entre las cuales destacan:

1. La desvirtuación de la democracia, que consiste en no orientar permanentemente al gobierno a la promoción del autogobierno, frustrando la descentralización de funciones y manipulando la ingenuidad popular.

2. La corrupción del mandato, que consiste en defender privilegios no previstos por el elector e incluye el mantenimiento de castas, los secretos oficiales, la impunidad para gobernantes y otros abusos contrarios a la premisa de que la ley rige para todos sin excepción, pero muy especialmente para quienes ostentas funciones públicas.

3. El expolio burocrático, que consiste en el reparto no equitativo de la carga tributaria entre los ciudadanos, con una u otra excusa.

4. El bandolerismo, que consiste en la venta de seguridad para peligros creados mediata o inmediatamente por el propio protector.

5. El sectarismo, que consiste en exigir uniformidad de opinión y costumbres en nombre de algo que se apoya sobre una u otra forma de censura y, por tanto, sobre la suplantación del entendimiento subjetivo. La consecuencia inmediata del sectarismo es una pérdida de fronteras entre eticidad y derecho, que pudre ambas esferas; una eticidad apoyada sobre premios o castigos externos es mera hipocresía, y un derecho al servicio de cierta eticidad es perversa injusticia.

6. El fraude, que consiste en huir hacia delante, hipotecando generaciones venideras a problemas que el tiempo agrava en vez de aliviar. Esto significa que “ninguna generación puede contraer deudas superiores a las pagaderas durante su propia existencia”, y que “ ninguna sociedad puede hacer una constitución perpetua, o siquiera una ley perpetua”. En efecto, lo contrario sería entregar a los muertos el reino de los vivos.

El Espíritu de la Comedia. (Premio Anagrama de ensayo 1991)

Antonio Escohotado